Article del
nostre soci Salvador Martí
EL PERIÒDICO
Martes, 26/11/2019
CONVULSIÓN EN EL PAÍS SUDAMERICANO
La poca (o nula)
sensibilidad del actual Gobierno de Piñera hacia las clases populares y medias
ha sido la gota que ha colmado el vaso.
El 18 de octubre empezaron las protestas en Chile y no
han cesado. Son casi 40 días de movilizaciones en las calles de Santiago y de
las ciudades más importantes del país. El detonante del estallido
parecía una nimiedad (el aumento en 30 pesos del billete de metro), pero eso
fue la chispa que encendió un polvorín de malestar larvado a lo largo de
décadas. Un malestar intenso fruto de un modelo económico que ha
generado desigualdad y un modelo político que ha creado apatía y exclusión.
El modelo económico chileno, a partir de la llegada de
Pinochet, se ha basado en la privatización de todo lo “mercantilizable” (menos
el cobre, que pasó a manos de los militares) y en la transformación de derechos
en bienes de consumo. Así las cosas, desde hace más
de cuatro décadas en Chile se paga por todo, y mucho. Un ejemplo de
ello es que estudiar en la universidad pública cuesta más de 8.000 dólares por
curso, el precio de los billetes de los buses interurbanos sube mientras se van
agotando los asientos, y las pensiones que cobran los jubilados son
menores para las mujeres que para los hombres porque según la estadística la
esperanza de vida de las mujeres es mayor.
La llegada de la democracia
Esta dinámica “turbo-neoliberal” (como
se le llama en América Latina) no se corrigió con la llegada de la democracia.
Una democracia que emergió gracias a un referéndum ideado el año 1989 para
prolongar la dictadura. Gracias a la victoria de la oposición -tal
como lo muestra la película 'No' https://www.youtube.com/watch?v=7MNh0N5Nft0 –
Pinochet abandonó la presidencia, se legalizaron los partidos y emergieron
libertades, pero la
Constitución de 1980 sólo se reformó y hoy continúa vigente.
El hecho de que haya pervivido la Constitución y el
modelo económico del pinochetismo, con sus ganadores y perdedores, da pistas de
una violencia estructural y cotidiana, y del descontento acumulado en la
actualidad y que acaba de estallar.
La advertencia
Hace años colegas chilenos ya avisaban del
incremento de la apatía política de los ciudadanos y del rechazo de los jóvenes
hacia las autoridades. La
abstención, la crisis de los partidos y sus liderazgos, la represión al pueblo
mapuche y la criminalización de la protesta ha sido la divisa durante más de
una década. En estas circunstancias la poca (o nula) sensibilidad
del actual Gobierno de Piñera hacia las clases populares y medias ha
sido la gota que han colmado el vaso.
Y cuándo ha estallado el conflicto el
Gobierno ha recurrido a la fórmula de siempre: la represión. Primero sacando a
los carabineros a la calle, y después al Ejército, para que actuaran en un
combate desigual y cruel que, como describe el último informe de Amnistía
Internacional https://amnistia.cl/noticia/chile-politica-deliberada-para-danar-a-manifestantes-apunta-a-responsabilidad-de-mando/ ,
ha supuesto un uso excesivo de la fuerza con la intención
de dañar y castigar a la población. Ante ello las promesas realizadas hace
un par de semanas de convocar un referéndum para la redacción de una nueva
Constitución no han calmado los ánimos, justo lo contario, tal como lo
demuestra la gente en la calle.
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